La Unión Liberal y el nacimiento de los Científicos del Porfiriato
La Unión Liberal fue una agrupación política nacida en 1892 y fundada por el suegro del general Porfirio Díaz, don Manuel Romero Rubio, y que integró en su núcleo a una serie de personajes de alta significación intelectual, profesional y, con el paso de los años, económica.
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Miembros de la Unión Liberal y los Científicos del Porfiriato
Entre los miembros “jóvenes” de esta agrupación y que más tarde serían sus principales representantes, se encuentran Rosendo Pineda (quien entonces fungía como secretario particular de Romero Rubio),[1] Justo Sierra, Joaquín Casasús, Roberto Núñez, Emilio Pimentel, José M. Gamboa, Fernando Duret y quien llegaría a ser no sólo la cabeza visible de ese grupo, sino también uno de los políticos más destacados y conocidos del México porfiriano: José Yves Limantour.[2]
La tercera reelección de Porfirio Díaz y el surgimiento de la Unión Liberal
Para el año electoral de 1892 el general Díaz no contemplaba dejar el poder y planeaba la reelección. Sin embargo, esta nueva reelección significaba su tercer período consecutivo en la presidencia y se hacía necesaria una justificación más que convincente para aplacar “las iras de sus viejos amigos los ‘tuxtepecanos netos’”[3], quienes aún tenían bien presente que la “No Reelección” había sido la principal bandera bajo la cual Díaz había llegado al poder en el ya no tan cercano 1876.
No obstante, en general existía consenso respecto a que la reelección del caudillo oaxaqueño era conveniente, dados los avances que había experimentado el país, así como por las garantías de paz y progreso que aseguraban la estabilidad necesaria para todas las actividades productivas.
Así pues, ¿de qué manera podía darse esta nueva reelección sin crear demasiados aspavientos, y contando con la aprobación de la “opinión pública”? La solución fue precisamente la creación de la Unión Liberal, cuyo objetivo sería el de preparar la maquinaria necesaria para organizar una Convención Nacional que postulara a Porfirio Díaz, una vez más, a la presidencia la República, con la diferencia de que esta vez se comprometería al cumplimiento de un “gran programa de desenvolvimiento político y económico” que estaría formado sobre bases permanentes, liberales, y que contuviese las reformas administrativas y políticas que no admitían demora para su realización.
Por ello, la Unión lanzó al pueblo mexicano —sin duda pensando que el general Díaz cumpliría su palabra de llevar a cabo las reformas señaladas— un “Manifiesto”,[4] redactado por Justo Sierra declarando a don Porfirio como su candidato, además de la serie de reformas que se suponía deberían de llevarse a cabo en el cuatrienio 1892-1896. Dicho programa fue, a juicio de Calero, “una gran promesa de libertad, de justicia, de progreso, de redención, en suma, para el pueblo mexicano”.[5]
Desaparición de la Unión Liberal
Complacido Díaz con los resultados dados por los trabajos de la Unión, que redundaron en una reelección “justificada”, dicha agrupación ya no tuvo razón de ser, por lo que el apoyo otorgado por el general tuxtepecano a sus labores cesó.
Esto alarmó a los miembros de la Unión, quienes vieron el peligro de que las reformas contenidas en su Manifiesto quedaran como letra muerta. Por ello, retomaron las más importantes de las contenidas en su programa y las presentaron en 1893 ante el Congreso.
La vicepresidencia y la inamovilidad de magistrados: Las iniciativas más importantes de la Unión Liberal
Entre las iniciativas de ley presentadas destacaron dos: la inamovilidad de los Magistrado de la Suprema Corte para asegurar la independencia de la justicia, y la creación de la Vicepresidencia de la República para que, en el caso de ausencia o muerte del titular del ejecutivo federal, se asegurara la sucesión pacifica del poder.[6]
Sin embargo, el presidente sospechaba de los objetivos políticos de los miembros de la Unión y se opuso, con mucho tacto, a las reformas que presentaron.[7] El mismo Limantour habla de esto en sus memorias, y menciona que
[…] pensando en el porvenir, el general Díaz temió que un mecanismo, como el de la Convención, que acababa de funcionar de manera tan satisfactoria, y que se hallaba en manos de un grupo de personas poco numeroso pero muy prestigiado, pudiera algún día, al tomar mayor desarrollo y una forma permanente, constituir un centro susceptible de ejercer cierta presión sobre su política, coartando así, por poco que fuese, su libertad de acción, de cuya integridad se mostró siempre tan celoso. Por lo mismo, era natural que las tendencias de los promovedores de “La Unión Liberal” hacia la constitución de un verdadero partido político no se adunaran con las suyas, por más que aquellos hicieran profesión de fe gobiernista y le hubieran dado pruebas irrecusables de serlo lealmente.[8]
Por lo anterior, ninguna de las dos iniciativas tuvo éxito alguno. La que versaba sobre la inamovilidad de los Magistrados fue aprobada por la Cámara de Diputados, pero la de Senadores nunca dio su visto bueno, siendo archivada a instancias de Díaz, sin que nadie la recordara sino hasta la llegada de Madero al poder.[9] En lo concerniente a la creación de la Vicepresidencia, esta “no obtuvo en ninguna parte ni los honores de la discusión”.
Esto fue debido a que el presidente Díaz tenía ideas fijas sobre la inconveniencia de esas reformas, que a su juicio, no harían más que minar el poder del ejecutivo, que él encabezaba. Así lo confesó a Limantour, pues respecto a la inamovilidad de los Magistrados de la Suprema Corte, Díaz afirmó que su renuencia provenía en primer lugar de la necesidad que tiene todo gobierno de no verse completamente desarmado en las controversias ante el Supremo Tribunal de la Federación, “cuyas decisiones pueden, en ciertos casos poner en peligro las relaciones internacionales, o crear dificultades trascendentales en asuntos graves de política interior”.
En lo relativo a la Vicepresidencia, el presidente de plano la desechó, debido a que consideró que de implantarse, estaría “irresistiblemente destinada a convertirse en foco de intrigas contra [su] política […] y aun contra su misma persona”.[10]
El nacimiento de los Científicos
Burladas las aspiraciones políticas de la Unión Liberal, y desencantados sus miembros por el proceder del general Díaz, se dedicaron entonces a sus respectivas profesiones. Algunos, como los “Macedo y Casasús, a acrecentar la prosperidad de sus bufetes; otros, como Sierra, al estudio de la enseñanza; otros, como Pineda, a estériles intrigas; otros, como Creel a grandes negocios bancarios e industriales”.[11]
A pesar del desengaño sufrido por este grupo de personas, que Calero califica como “un brillantísimo núcleo de hombres jóvenes, la flor y nata de nuestra aristocracia intelectual de entonces”,[12] no cejaron en sus intentos por influir, aunque de manera velada, en la política nacional, por lo que se constituyeron en un grupo “sin forma ni organización alguna, y sin más lazos de unión que los ideales” del centro político al que pertenecieron, es decir, la Unión Liberal.
Dicho grupo —que fue el que como tal recibió el mote de “científicos”—, tuvo como propósito el ir realizando poco a poco y dentro de los límites que fijara Díaz, las reformas vertidas en su Manifiesto de 1892.[13]
José Yves Limantour, jefe de los Científicos
Una de las formas que encontró el naciente grupo científico para tratar de influir en los negocios políticos de entonces, fue el nombramiento de Limantour como Secretario de Hacienda en mayo de 1893,[14] puesto que sin duda lo colocaba muy cerca del presidente, y susceptible de influir en sus decisiones.
Lo anterior —conjugado con la muerte de Manuel Romero Rubio en octubre de 1895 quien se había erigido como jefe de ese grupo—, dio como resultado que se considerara al ministro de Hacienda como cabeza del círculo científico, el cual comenzó a cobrar popularidad por tener a tan elevado personaje como líder y también, por desgracia para ellos, por ciertas prácticas en el manejo de sus negocios que los ubicaron ante la opinión pública como una camarilla de ambiciosos sin escrúpulos.[15]
Los negocios y la mala fama de los Científicos
Los años que transcurrieron a partir de los hechos narrados hasta 1896 se sucedieron sin grandes cambios. En ese año se volvió a elegir al general Díaz para un nuevo periodo presidencial, sólo que ahora sin la participación de la Unión Liberal, cuyos trabajos, como ya se apuntó, estaban orientados a las reformas que, según sus miembros, eran requeridas por el país para su progreso político y material.
Los científicos, cuyas actividades políticas habían sido vistas con recelo por el presidente Díaz, recibieron, a cambio de las frustraciones por no influenciar la conducción de la política, amplias libertades de progreso económico personal.
De esta forma, al ver cerrada la puerta que les permitiría participar activamente en la vida pública del país, se consagraron a la consolidación de sus ocupaciones a las que dedicaron un trabajo asiduo que derivó en lucrativos negocios, una característica que habían heredado de su padrino político, Manuel Romero Rubio, quien durante su gestión como servidor público, encontró la forma de cumplir con sus obligaciones como hombre público, sin descuidar su patrimonio personal, que fue acrecentando y para lo cual aprovechó las oportunidades que le brindó su privilegiada posición en el gobierno.
Por ello los científicos, que se habían agrupado a su alrededor con la Unión Liberal en 1892, hicieron uso de esas enseñanzas y, a la muerte de Romero Rubio en 1895, prosiguieron con una actitud similar, toda vez que Díaz, al cerrarles la puerta de la influencia política, decidió calmar sus “tendencias codiciosas” confiriéndoles altos puestos administrativos, con lo que logró dos objetivos importantes: en primer lugar apaciguó las ansias de reformas de este grupo y, en segundo, fortaleció su administración “con un contingente de primer orden”.
Fue de esta manera como los científicos, convertidos en abogados, consultores, economistas y educadores al servicio del gobierno, llevaron a cabo importantes avances en el orden económico y administrativo del país, contribuyendo
[…] eficazmente a revisar Códigos, formular bosquejos de leyes, extender dictámenes, hacer presupuestos, y desempeñar otra multitud de encargos de muy grande significación e importancia. El Código de Comercio, la Ley Bancaria, la de Ferrocarriles, la Monetaria, todas casi las que importaron un ordenamiento o un progreso en la marcha de la administración pública, salieron de sus gabinetes y de sus plumas. Y las enmiendas mismas a la Constitución, en su parte más trascendental, o las leyes reglamentarias de las leyes sustantivas, fueron siendo elaboradas por ellos, y por ellos también defendidas en la tribuna de la Cámara de Representantes.
Los trabajos de este grupo resultaron tan importantes para el progreso del país que sin ellos, arguye López-Portillo y Rojas, México no habría podido presentarse al mundo como una nación civilizada y progresista. “Ellos abrillantaron y embellecieron una obra, que, sin su contingente, habría sido nada más que violenta y degradante”.[16]
A pesar de las innegables contribuciones de los científicos en varios ramos de la administración pública —y también probablemente a causa de ello—, este grupo comenzó a verse como una camarilla cuyo único objetivo era el enriquecimiento sin límite alguno y sin importar los medios utilizados. Después de todo, el sistema económico y financiero que dio estabilidad al régimen porfiriano y lo colocó como una nación que merecía ser vista con confianza por los demás miembros del concierto de naciones, fue creado por los científicos, y fueron ellos quienes sacaron provecho de dicho sistema.[17]
Diversos autores, tanto defensores como contrarios de los científicos, se han expresado con mayor o menor dureza acerca de los motivos por los cuales ese círculo de elevados intelectuales fue haciéndose “odioso” a las diversas clases que componían a la sociedad mexicana de entonces, pero todos coinciden en que fue su excesiva influencia en los ámbitos económico, financiero y hasta de justicia, los que les labraron una reputación bastante negativa.
Eran “los hombres de la situación”, pues las relaciones y el peso que tenían en el Palacio de Gobierno, los tribunales y, en general, todas las oficinas públicas, hacían que prosperara cualquier negocio que quisieran iniciar o que les fuese propuesto por los inversionistas y hombres de negocios, tanto nacionales como extranjeros.
Además, muchos de ellos fungieron como apoderados y representantes de compañías extranjeras, por lo que el dinero podía correr a raudales siempre y cuando las concesiones y demás detalles del negocio fuesen arreglados sin demasiados contratiempos, cuestión que se llevó a cabo sin problemas, debido a los intereses creados dentro de las oficinas de gobierno encargadas de dar luz verde a dichos proyectos.
Esto provocó que cualquiera que quisiera emprender alguna empresa o negocio no tuviera más opción que recurrir a estos “hombres de la situación”, quienes tenían en sus manos el poder, los conocimientos y los contactos necesarios para que, por el precio correcto, facilitaran una rápida resolución y así echar a andar la empresa proyectada.
Además, al ser un grupo sumamente cerrado, no eran frecuentes las adhesiones de nuevos miembros. Dicha cerrazón provocó que nadie más que los ligados a la camarilla disfrutara de los beneficios de su prosperidad en los negocios, que era resultado directo de sus gestiones en la administración pública y de sus conocimientos profesionales.
Precisamente este fue uno de los principales factores que originaron un recelo creciente hacia ese ávido grupo que todo lo podía, pero que no permitía que nadie más disfrutara de su bonanza económica.[18]
Científicos vs Reyistas: Los primeros roces
De estas épocas datan las primeras manifestaciones de rivalidad contra el entonces gobernador de Nuevo León, Bernardo Reyes, y contra todo lo que supuestamente este representaba según el parecer del grupo científico, es decir, el militarismo caudillista que tantos estragos había causado al país durante los años anteriores a la conformación de la República, y que amenazaba con llegar a la presidencia, pues según Prida, ya desde entonces se esbozaba la posibilidad de que Reyes sucediera a don Porfirio, lo que daría continuidad a la “dictadura militar”.[19]
Sobre los orígenes de esta rivalidad reyista – científicos hablaré con mayor profundidad en alguna otra entrada.
¿Quieres saber más sobre esta intrincada pero apasionante etapa de la historia de México? Te recomiendo leer el resumen del Porfiriato, así como la biografía de Porfirio Díaz.
Preguntas frecuentes sobre la Unión Liberal y los Científicos del Porfiriato
¿Qué fue la Unión Liberal durante el Porfiriato?
La Unión Liberal fue una agrupación política nacida en 1892 y fundada por el suegro del general Porfirio Díaz, don Manuel Romero Rubio, y que integró en su núcleo a una serie de personajes de alta significación intelectual, profesional y, con el paso de los años, económica.
¿Quiénes compusieron la Unión Liberal?
Rosendo Pineda, Justo Sierra, Joaquín Casasús, Roberto Núñez, Emilio Pimentel, José M. Gamboa, Fernando Duret y José Yves Limantour.
¿Con qué objetivo se creó la Unión Liberal?
La creación de la Unión Liberal tuvo como objetivo introducir una serie de reformas, a cambio de apoyar y legitimar la tercera reelección de Porfirio Díaz. Sin embargo, dichas iniciativas no fueron apoyadas por Díaz una vez que llegó al poder.
¿Quién fue el líder de la Unión Liberal?
El jefe de la Unión Liberal fue Manuel Romero Rubio, suegro de Porfirio Díaz.
¿Cómo surgió el grupo de los Científicos?
El grupo de los Científicos surgió de la Unión Liberal, a la muerte de manuel Romero Rubio, y con la asignación de José Yves Limantour como secretario de Haciendo en el gobierno de Porfirio Díaz.
¿Quién fue el jefe de los Científicos?
El jefe de los científicos fue José Yves Limantour, nombrado secretario de Hacienda en el gobierno de Porfirio Díaz en mayo de 1893.
¿Por qué los Científicos se labraron fama de corruptos?
Debido a que, gracias a sus puestos e influencias políticas, podían modificar las leyes y hacer jugosos negocios. A pesar de ello, no parece que se les haya comprobado nunca ningún acto corrupto.
Referencias
[1] CASTILLO, José R. del, Historia de la revolución…, 1985, p.27.
[2] Aunque estos nombres fueron después los más conocidos, el núcleo principal se encontraba conformado por personas de mayor edad y trayectoria política, entre los que tenemos a los licenciados: Manuel M. de Zamacona, Alfonso Lancaster Jones, Carlos Rivas, Rafael Donde, Luis Méndez, Emilio Velasco, Protasio Tagle; los generales: Mariano Escobedo, Sostenes Rocha, Carlos Fuero, Pedro Baranda; Arzobispo Labastida, canónigo Prospero Alarcón, Monsenor Gillow; doctores: Eduardo Liceaga, Rafael Lavista; señores Guillermo Prieto, Jesús Castañeda, Manuel Saavedra, Francisco Mejía, los hermanos Diez Gutiérrez, Ramón Guzmán, Antonio de Mier y Celis, Nicolás de Teresa, Evaristo Madero, Agustín Cerdán y Joaquín Redo, como los miembros más conocidos, LIMANTOUR, José Yves, Apuntes sobre mi…, 1965, p. 15. Además de los mencionados, José R. del Castillo incluye a Pablo Macedo, Rafael Reyes Spíndola (director del diario oficioso El Imparcial), Manuel Flores y Miguel Macedo como “miembros principalísimos”, CASTILLO, José R. del, Historia de la revolución…, 1985, p.27
[3] CALERO; Manuel, Un decenio de…, 1920, p. 17.
[4] IGLESIAS GONZÁLEZ, Román, Planes políticos, proclamas…, 1998, pp. 495-500.
[5] CALERO; Manuel, Un decenio de…, 1920, p. 18.
[6] LIMANTOUR, José Yves, Apuntes sobre mi…, 1965, p. 18. Entre las reformas propuestas originalmente por el Manifiesto de la Unión tenemos: la libertad de prensa para divulgar opiniones políticas; el desarrollo de la educación popular; libertad de comercio interno y medidas económicas en los gastos del gobierno nacional, BRYAN, Anthony T., Mexican Politics in…, 1969, p. 49. Véase también, LÓPEZ-PORTILLO Y ROJAS, José, Elevación y caída de…, 1975, p. 259; PRIDA, Ramón, De la dictadura a…, 1913, pp. 99-101.
[7] BRYAN, Anthony T., Mexican Politics in…, 1969, p. 49.
[8] LIMANTOUR, José Yves, Apuntes sobre mi…, 1965, p. 19.
[9] BRYAN, Anthony T., Mexican Politics in…, 1969, p. 49. No obstante y después de muchas discusiones, Díaz acordó que se “reformara la Constitución en el sentido de que el Ministro de Relaciones o el de Gobernación entrarían a funcionar en las faltas absolutas del Presidente de la República, mientras se reunía el Congreso y designaba Presidente Interino. Así, dependiendo de él el nombramiento de los Ministros, no habría lugar a que el Vicepresidente le hiciera política o contrariara sus deseos. La reforma fue votada por las Cámaras y las Legislaturas y se promulgó el 24 de abril de 1896”, PRIDA, Ramón, De la dictadura a…, 1913, p. 103.
[10] LIMANTOUR, José Yves, Apuntes sobre mi…, 1965, p. 20.
[11] CALERO; Manuel, Un decenio de…, 1920, p. 19.
[12] CALERO; Manuel, Un decenio de…, 1920, p. 17.
[13] LIMANTOUR, José Yves, Apuntes sobre mi…, 1965, p. 21.
[14] LIMANTOUR, José Yves, Apuntes sobre mi…, 1965, p. 34.
[15] CASTILLO, José R. del, Historia de la revolución…, 1985, p. 27.
[16] LÓPEZ-PORTILLO Y ROJAS, José, Elevación y caída de…, 1975, pp. 261-263.
[17] CALERO; Manuel, Un decenio de…, 1920, p. 19.
[18] LÓPEZ-PORTILLO Y ROJAS, José, Elevación y caída de…, 1975, pp. 267-268; CALERO; Manuel, Un decenio de…, 1920, p. 19; CASTILLO, José R. del, Historia de la revolución…, 1985, p. 30. NIEMEYER, E. V., El general Bernardo…, 1966, p. 96 Incluso Prida, que habla en términos muy positivos acerca de los científicos, admite que algunos de ellos hicieron mal uso de sus influencias para enriquecerse de manera deshonesta. Sin embargo, aclara que más que los científicos, fueron los miembros de facciones políticas contrarias los que hicieron verdaderos negocios que hoy calificaríamos de “corruptos”. PRIDA, Ramón, De la dictadura a…, 1913, p. 107-108
[19] PRIDA, Ramón, De la dictadura a…, 1913, p. 99.
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